domingo, 17 de junio de 2012


A papá.


Hace mucho que no te escribo, y la verdad no sé por dónde empezar.
Quizás no te escribo porque no hay palabras cuyo significado sea suficiente.

Podría limitarme a decirte GRACIAS, y al abrazo posterior, y aún así quedarme cortísima.

Pero que valga el intento…

Gracias, principalmente, por eneseñarme a soñar (Durmiendo sueño lo que despierto sueño. Y mi soñar es continuo).
Por mostrarme que el mundo de los libros es un lugar donde uno puede seguir siendo pequeño para siempre (te acordás que siempre me traías las revistas de “La Pequeña Lulú”? Yo creo que fue el gran comienzo de mi amistad con la literatura).
Gracias por cada domingo al mediodía lleno de música (casi siempre de Los Beatles) (después de un sábado a la noche de película en la cama, donde no sé cómo, pero entrábamos todos).
Gracias por dibujar conmigo una realidad que está  más allá de lo cotidiano y banal.
Gracias por transmitirme desde siempre y hasta siempre tu parte sensible, la que también llevo puesta, y que nos permite vivir la vida tan intensamente.
Gracias por dejarme saber que me entendés.


Gracias porque sé que “…me darías un mundo. Te debo un mundo.” (Antonio Porchia).

[Luk]

jueves, 14 de junio de 2012









"un párpado pequeño puedo apagar el mundo"

[F. C.]

Lo que no existe


Así como no podemos
sostener mucho tiempo una mirada,
tampoco podemos sostener mucho tiempo la alegría,
la espiral del amor,
la gratuidad del pensamiento,
la tierra en suspensión del cántico.

No podemos ni siquiera sostener mucho tiempo
las proporciones del silencio
cuando algo lo visita.
Y menos todavía
cuando nada lo visita.

El hombre no puede sostener mucho tiempo al hombre,
ni tampoco a lo que no es el hombre.

Y sin embargo puede
soportar el peso inexorable
de lo que no existe.

[Roberto Juarroz]

"Porque ya he aprendido que mis estados de preestallido no siempre conducen al estallido. A veces terminan en una lúcida humillación, en una aceptación irremediable de las circunstancias y sus diversas y agraviantes presiones."

[M. B.]

(Nunca tan JUSTO)

Nocturno

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas.
Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo,
y cuál será la intención de los papeles
que se arrastran en los patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras,
y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,
como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa,
al dar vuelta la llave de la electricidad,
en el espanto que sentirán las sombras,
y quisiéramos avisarles
para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.
Y a veces las cruces de los postes telefónicos,
sobre las azoteas,
tienen algo de siniestro
y uno quisiera rozarse a las paredes,
como un gato o como un ladrón. 

Noches en las que desearíamos
que nos pasaran la mano por el lomo,
y en las que súbitamente se comprende
que no hay ternura comparable
a la de acariciar algo que duerme.



[O. G.]

Cansancio

Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.

Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.

Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.

Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.


[O. G.]

lunes, 11 de junio de 2012

challenge and response












(Hace rato que no me acuesto con las palabras. Las sigo usando, como vos y como todos, pero las cepillo muchísimo antes de ponérmelas) [J. C.].

… Plena espera. 
El último banquito del andén siempre parece ser el más confiable para sentarse a fumar un pucho, al menos para los que estamos convencidos de que el tiempo nos persigue tan ligero y nos mira tan de cerca, y entonces creemos que bajándonos por la parte de adelante del tren le robamos a la vida unos minutos...
… Y otro pucho, y tal vez un tercero, aunque ya sin disfrute, sino más bien para encarrilar los pensamientos en el humo y justificar el vicio.

Es bien cierto que existe en mí una insistente propensión a sacar del bolsillo los “por qué?” en cualquier ámbito relacionado con el tren, porque es el lugar donde me siento cómoda, donde me hallo, mi Sitio (como diría Castaneda). No encuentro una mejor analogía con la vida misma: El sonido de la alarma que te avisa que estás perdiendo el tren (pero que otro ha de llegar, eventualmente, y "así es la vida"), la vorágine que implica andar por ahí con todo ese resto de semejantes, expuesto a cualquier acontecimiento de vaya uno a saber qué índole, el banquito del final del andén casi como un cómplice, la ventana (después de todo, siempre queda la ventana)… Indiscutibles etcéteras.
Entonces ahí es cuando pienso: Donc, Ergo, Dunque… Por qué?
Y, como me canso ante la repetida ausencia de respuestas y se torna vana la espera de alguna grandilocuencia, muy de a poco (entre pitada y pitada), me convenzo de que la pregunta es retórica. Pero resulta que en el fondo uno siempre sabe que la respuesta reside en algún sitio, en el que no hemos buscado quizás por miedo a encontrar, o sencillamente por no sentir el deseo de hacerlo.

(Desde que te conozco no hacés más que buscar, pero uno tiene la sensación de que ya llevás en el bolsillo lo que andás buscando) [J. C.]

Y ese saber es la piedra dentro del zapato. Entonces uno, pese a haber aceptado mentirosamente el aspecto retórico de la cuestión, muy en el fondo sigue hurgando entre las posibles respuestas, y así es como se empieza a cavar hondo, y llega la nostálgia, y se corren riesgos, y entonces llega el tren… Como si todas las partes de ese instante pudiesen tranquilamente haberse trasladado a una sesión de psicoanálisis.

(Todo tan insuficiente, tan de más o de menos) [J. C.]


A propósito... Qué lindo estaba el cielo hoy!

[Luk]

jueves, 7 de junio de 2012

Mierda y Cuchara

 
cuéntame del llover, de los días de mierda y cuchara,
de la rara podredumbre del querer cuando no falta nada,
porque sé que el saber no sirvió para dañar tus labios
y que te sobra todo lo que va después
del “yo te quiero” y “yo también”
y mi costilla arrancada es nada
y cada trino quebrado es nada
que fuimos, somos y seremos nada
 
 
(Amaneció, la vi irse sonriendo, con lo puesto,
por la puerta del balcón, el pelo al viento
diciendome adiós, porque decidió que ya
estaba hasta las tetas de poetas de bragueta y revolcón...)
 
 
 
[Marea]  

Poli


Un viernes como cualquier otro (es decir, distinto del resto), sumidos en el mismo divague que aparece las noches de lluvia, estábamos mi pucho y yo, esperando que el día anuncie su final e intentando asimilar el tiempo que todavía faltaba para que eso suceda.
Parada en la puerta de la facultad, asumía el riesgo de cruzarme con algún personaje de esos que nunca faltan en ninguna facultad, pero los vicios son vicios (y bien sabido es que el olor a humo impregnado en la ropa es motivo de discusión).
Efectivamente (o lamentablemente) ví que Victoria se acercaba, como de costumbre con sus gestos insoportablemente efusivos, no aptos para un viernes a la noche, y acompañada de una chica a la que yo había visto en reiteradas oportunidades pero con la cual (sabiamente) la vida nunca me había cruzado muy de cerca.
Mi cabeza analizó al instante a la acompañante: me había caído mal. Cuestión de piel, vió (decimos nosotros, los portadores una morbosa propensión a prejuzgar). Aún así, seguía siendo viernes a la noche y cualquier racionalización de las circunstancias que se presentaban se desvaneció al ser consciente de ello:

- ¡Felicitaciones, Vicky!
- ¡Muchas gracias! ¿Me lo decís por mi nuevo trabajo o por el aplastante “triunfo K”?
- Por las dos, por las dos.
(Respondía yo sin pensar demasiado en el asunto, y repitiéndome que era viernes a la noche).

En eso, ví que Victoria tomó cariñosamente el rostro de su acompañante (la cual había estado excluida de la conversación hasta ese entonces) y, todavía muy efusiva, le dijo:

-          ¡Igual te amo, radicalita de mi vida!

Claramente, mi visión del acto distó mucho de pensar algo así como “qué bien, se trata de ese tipo de persona que deja la política de lado a la hora de las relaciones” (cosa que yo nunca pude lograr). Más bien concluí en que las situaciones bizarras nunca van a dejar de existir.
Siguiendo con el tema introducido, intenté (muy cordialmente) integrar a la acompañante a la absurda conversación:

-          ¿Y vos, qué sos?
(Era mi forma de preguntarle con qué ideología política simpatizaba. Formulaba la pregunta mal a propósito, entendiendo que, cuando uno no sabe lo que va a encontrar, siempre es bueno hablar de política en términos relajados y, en lo posible, con una sonrisa de por medio).
La cara de la acompañante se convirtió rápidamente en una mezcla de gestos de incomodidad ante mi pregunta que, en conjunto, resultaban desagradables:

-          Hola, soy ricardo gutierrez, ¿vos?
(respondió, invitándome a un apretón de manos que no era más que un aporte a toda la ironía de la situación que ella me ofrecía)

Al instante, olvidé que era viernes a la noche y di lugar a la irritación que me nacía desde lo más profundo:

-          Te doy la mano por respeto, que fue lo que te faltó a vos recién.

La viveza con la que la chica se había manifestado en un primer momento, desapareció repentinamente por entre la lluvia. La suma de la incomodidad de la situación y la ausencia de una respuesta instantánea por parte de la acompañante, dieron como resultado que se ruborizara por completo, que se prendiera fuego, que casi explote y de esa forma acabe con el silencio que se había generado. Así como estaba, se encogió de hombros y ocultó su frente en su gorro hippie, y entró al hall de la facultad sin decir nada. Arrepentida, se detuvo a mitad de camino y con voz temblorosa que evidenciaba sus nervios, me dijo:

-          ¡Soy zurda de convicción! (claramente, eligiendo adrede la palabra “convicción”, la cual era totalmente necesario mencionar ante el frustrado intento de haber querido demostrarlo mediante su vestimenta neohippie y su actitud de rebeldía actuada).

Me sonreí, como no podía ser de otra forma (mientras Victoria, ya sin efusividad, participaba del asunto jugando el papel del espectador distante).
Me dio un poco de lástima, de la que a veces lastima, pero el mundo continuó, allá por aquel viernes como cualquier otro, en el mismo divague que aparece las noches de lluvia, con mi pucho recién encendido que anunciaba mi llegada tarde a la clase, y retornando a la espera de que el día anuncie su final.

miércoles, 6 de junio de 2012

... Putting the pieces together


Qué día!

No sólo por el frío, que se tomó el atrevimiento de imponerse violentamente, sino por todo el resto de los acontecimientos violentos que se sucedieron sin lugar a respiro. Hablo del tipo de suceso cuyo arraigo tan evidente y desesperado al mundo cotidiano lo convierte en banal. Banal como levantarse cada día y sentir demasiado sueño como para responder a la primer alarma del reloj.
Banal, hasta que se decide abrir un libro, entendiendo que el tren es uno de los mejores ámbitos para dar paso a la melancolía, sobre todo si se trata de la vuelta a casa, en la que uno se da el lujo de ir echando los pensamientos por la ventana.

… Hasta que abrís un libro, y descubrís que no hay momento sublime como sentir la primer alarma del reloj y desear con todas tus fuerzas que el momento de despertar no llegue, para así evitar el olvido de ese sueño que, se sabe, inevitablemente va a llegar en el transcurso del día y ya no podrá ser contado. Entonces uno pospone el despertar, para seguir soñando.

Cada día lleva una frase al hombro, apta para esa nómina de acontecimientos poco importantes, que, con el pasar de los años, conforman nuestra historia.
Hoy me tocó una de Ray Bradbury, quizás para dejarlo ir de a poco, y para también soltar de a poco esa persona que soy yo hoy:

Jump, and you will find out how to unfold your wings as you fall.


Rest In Peace, Ray.


[Luk]