sábado, 19 de febrero de 2011

´Todo es cuestión de detalles, de coincidencias, un gesto casual, una palabra dicha sin pensar. Hay que estar alerta en todo momento, asechando la menor nota discordante, el más tenue indicio de que las cosas no son lo que parecen. Uno parte en una dirección esperan ...do encontrara algo sin importancia y, en cambio, descubre otra cosa que le desvía por otro camino. Si no anda uno con cuidado, puede acabar perdido en el laberinto de las vidas ajenas sin forma de encontrar la salida´

Paul Auster- "Jugada de Presión"

jueves, 17 de febrero de 2011

Espantapájaros 19




¿Que las poleas ya no se contentan con devorar millares y millares de dedos meñiques? ¿Que las máquinas de coser amenazan zurcirnos hasta los menores intersticios? ¿Que la depravación de las esferas terminará por degradar a la geometría?

Es bastante intranquilizador —sin duda alguna— comprobar que no existe ni una hectárea sobre la superficie de la tierra que no encubra cuatro docenas de cadáveres; pero de allí a considerarse una simple carnaza de microbios... a no concebir otra aspiración que la de recibirse de calavera...

Lo cotidiano podrá ser una manifestación modesta de lo absurdo, pero aunque Dios —reencarnado en algún sacamuelas— nos obligara a localizar todas nuestras esperanzas en los escarbadientes, la vida no dejaría de ser, por eso, una verdadera maravilla.

¿Qué nos importa que los cadáveres se descompongan con mucha más facilidad que los automóviles? ¿Qué nos importa que familias enteras —¡llenas de señoritas!— fallezcan por su excesivo amor a los hongos silvestres?...

El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones ¿no justificaría que nos pasáramos los días aplaudiendo a la vida y a nosotros mismos? ¿Y no basta con abrir los ojos y mirar, para convencerse que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?

Cuando se tienen los nervios bien templados, el espectáculo más insignificante —una mujer que se detiene, un perro que husmea una pared— resulta algo tan inefable... es tal el cúmulo de coincidencias, de circunstancias que se requieren —por ejemplo— para que dos moscas aterricen y se reproduzcan sobre una calva, que se necesita una impermeabilidad de cocodrilo para no sufrir, al comprobarlo, un verdadero síncope de admiración.

De ahí ese amor, esa gratitud enorme que siento por la vida, esas ganas de lamerla constantemente, esos ímpetus de prosternación ante cualquier cosa... ante las estatuas ecuestres, ante los tachos de basura...

De ahí ese optimismo de pelota de goma que me hace reír, a carcajadas, del esqueleto de las bicicletas, de los ataques al hígado de los limones; esa alegría que me incita a rebotar en todas las fachadas, en todas las ideas, a salir corriendo —desnudo!— por los alrededores para hacerles cosquillas a los gasómetros... a los cementerios....

Días, semanas enteras, en que no logra intranquilizarme ni la sospecha de que a las mujeres les pueda nacer un taxímetro entre los senos.

Momentos de tal fervor, de tal entusiasmo, que me lo encuentro a Dios en todas partes, al doblar las esquinas, en los cajones de las mesas de luz, entre las hojas de los libros y en que, a pesar de los esfuerzos que hago por contenerme, tengo que arrodillarme en medio de la calle, para gritar con una voz virgen y ancestral:

“¡Viva el esperma... aunque yo perezca!”


[Oliverio Girondo]

jueves, 10 de febrero de 2011

"Lo que dicen las palabras no dura. Duran las palabras. Porque las palabras son siempre las mismas y lo que dicen no es nunca lo mismo."

[A. P.]

Dulce Nostalgia

"Anoche soñé con el panadero de mi barrio, el nunca bien ponderado Carlitos. Estaba de visita con mi hermano por Tablada y nos resultaba insultante no pasar a saludarle. Por casualidad onírica, amanecimos a cincuenta metros del local, promediaba alguna hora impar de la tarde y el clima pasaba desapercibido. Entramos a saludar, Carlos nos recibió a ambos con un abrazo y una sonrisa incontenible. Al verle por primera vez noté que los años, nunca mejor dicho, le habían pasado factura. Facturas comimos, nomás, hambrientos de nostalgia ante los churros con azúcar y rellenos de dulce de leche que nos ofreció animosamente.

Pasó un rato largo que acortamos entre anécdotas por no perder la costumbre. Carlos nos contaba que el negocio le estaba yendo muy bien, mientras nos paseaba por el mismo exhibiendo un amplio comedor con sillas y mesas a modo de restaurante que había incluído al ampliar el local. Luego nos ofreció cenar con él y su esposa, a lo que mi hermano y yo accedimos. Nos ofreció de beber todo lo que había a disposición, a comer lo que quisiéramos. Nos trató con una sonrisa cándida y agradable en todo momento. Los cuatro cenamos y conversamos gustosamente en un ambiente de absurda bonanza sentimental.

En un momento de la conversación, la cual no sé recordar, Carlos hablaba de su matrimonio y de su visión del amor. En ese momento me sorprendí esgrimiendo una frase que dejó encantado al artesano. Me respondió al golpe de una sonrisa sincera, profunda, y a punto estuvo de hablar cuando empezó a sonar "Wonderland" de mi despertador. En medio del letargo me encontré meditando semi despierto y me preguntaba por qué no mis seres queridos, por qué no mis amigos de la infancia y sí el panadero de la esquina. Por qué las facturas y recuerdos desconocidos y no el vendaval de reminiscencia que guardo en algún cajón de la memoria.

Algo me hizo repetir la frase que pronuncié en sueños: "las caricias no se deben planificar, uno debe sorprenderse a sí mismo haciéndolas". Por qué será, Buenos Aires, que siempre me hacés cosquillas allí donde bajo la guardia, cuando no me animo a recordarte, cuando no me canso de perderte."



J. Lombardo

miércoles, 9 de febrero de 2011


"No ganaba nada con preguntarse qué hacía allí a esa hora y con esa gente, los queridos amigos tan desconocidos ayer y mañana, la gente que no era más que una nimia incidencia en el lugar y en el momento. Babs, Ronald, Ossip, Jelly Roll, Akhenatón: ¿qué diferencia? Las mismas sombras para las mismas velas verdes.

Si hubiera sido posible pensar una extrapolación de todo eso, entender el Club, entender Cold Wagon Blues, entender el amor de la Maga, entender cada piolincito saliendo de las cosas y llegando hasta sus dedos, cada títere o cada titiritero, como una epifanía; entenderlos, no como símbolos de otra realidad quizá inalcanzable, pero sí como potenciadores (qué lenguaje, qué impudor), como exactamente líneas de fuga para una carrera a la que hubiera tenido que lanzarse en ese momento mismo, despegándose de la piel esquimal que era maravillosamente tibia y casi perfumada y tan esquimal que daba miedo, salir al rellano, bajar, bajar solo, salir a la calle, salir solo, empezar a caminar, caminar solo, hasta la esquina, la esquina sola, el café de Max, Max solo, el farol de la rue de Bellechasse donde... donde solo. Y quizá a partir de ese momento. "


[J.C.]