jueves, 8 de mayo de 2014

Doy a luz.

“Doy a luz. Me gusta dar a luz. Me gustaban los partos -Mi madre es partera- Siempre me agradó ver parir a una mujer. Parir “como se debe”. Llevar a cabo su acto, su pasión, dejándose llevar, pujando como se piensa, medio empujada, medio manejando la contracción, esa mujer se confunde con lo incontrolable que ella hace suyo. ¡Su bella potencia, pues! Parir del modo en que se nada, gozando de la resistencia de la carne, del mar, trabajo del soplo en el que se anula la noción de “dominio”, cuerpo a su propio cuerpo, la mujer se sigue, se une, se desposa. Está ahí. entera. Movilizada, y es de su cuerpo que se trata, de la carne de su carne. ¡Por fin! Ella es esta vez, entre todas, de ella misma, y si se quiere así, no está ausente, no está fugándose, puede tomarse y darse a ella misma. Al mirarlas parirse, aprendí a amar a las mujeres, a presentir y desear la potencia y los recursos de la feminidad; a sorprenderme de que semejante inmensidad pueda ser absorbida, tapada, en lo cotidiano. A quien yo veía no era a la “madre”. El niño sí, la mira. Yo no. Era a la mujer en el colmo de su carne, su goce, la fuerza por fin liberada, manifiesta. Su secreto. Si te vieras, ¿cómo no te amarías? Ella pare. Con la fuerza de una leona. De una planta. De una cosmogonía. De una mujer. Ella toma su fuente. Tira. Riendo. ¡Y tras las huellas del niño, una ráfaga del Soplo! ¡Un ansia de texto! ¡Confusión! ¿Qué le pasa? ¡Un niño! ¡Papel! ¡Ebriedades! ¡Yo desbordo! ¡Mis pechos desbordan! Leche. Tinta. La hora de la mamada. ¿Y yo? Yo también tengo hambre. ¡El sabor de la leche de la tinta!” [Helene Cixous]