Va a llover. Uno siempre sabe cuando va a
llover. Debe ser que huele a cosas por suceder…
… Sin mirar el pronóstico;
sin que te duela la pierna de los ancianos; ni siquiera con el pelo suficiente
para que se infle, uno lo intuye: se despierta lluvioso, desayuna húmedo, se
ducha con agua de lluvia y cuando mira por la ventana...No es la ventana lo que uno ve. No es el
vidrio lo que uno ve. Es la nostalgia que se perpetúa en cada espasmo de cada
gota que rompe la historia. En realidad, es la historia lo que duele. O decir
"en realidad" y saberse lejano, o estar ebrio siendo abstemio, o
desayunarse la vida de un sorbo un día al que llamamos martes y está
definitivamente lluvioso; y cuando digo definitivamente dudo
de que así lo sea, dudo del sorbo, dudo del martes y del desayuno. Si hay
certezas son pocas. Una de ellas es que hay agua, químicamente tan definitiva
pero de un humor tan variable como su alquimia y sus transformaciones, su danza
con improvisación que parece coreográfica. Hay una mímesis entre los acuáticos
y el agua en cada momento que, como estos, nada somos y nadamos: escuchando el
golpe salado en la piedra o la constante caricia del agua en la fuente.
Nada somos, pero estamos, y esto también es definitivo. No hay dudas de que
estamos y no hay dudas de que va a llover, de que ya está lloviendo y estamos
lloviendo(nos), y de que la lluvia es más un estado que algo que sucede.