“En última
instancia, una vida no es más que la suma de hechos contingentes, una crónica
de intersecciones casuales, de azares, de sucesos fortuitos que no revelan nada
más que su propia falta de propósito.” [Paul Auster]
Releyendo, me encontré con esta frase, que creí
apropiada para explicar justamente todo aquello a lo que me opongo. Me niego
rotundamente a andar pegando saltitos en una nebulosa lejana por el mero hecho
de pegar saltitos, sin que ello desemboque en algún tipo de consecuencia. Y
creo que este punto es tan esencial en mi naturaleza, que (sí, lo admito)
tiendo a incrustar una carga en cualquier acontecimiento que tenga lugar en mi
vida. Pero también considero evidente mi preferencia por el llanto desesperado
frente a la ignorancia absoluta. Que llegue el quilombo, digamos…
Lo que busco, exactamente, es vivir un poco la vida…
No es ni tan grave ni tan nefasto como pueden creer algunos de los que andan
por ahí, pegando saltitos.
No quisiera tener la sensación constante de aguantar la
respiración, de ahogo por las circunstancias, que es comparable a la impotencia
que se siente en una sala de espera, cargando un número en la mano, esperando a
que todo llegue.
Somos grandes, y es factible que en este estadío de la
vida entendamos que cada acción tiene una reacción, que una pelusa puede traer
infinitas consecuencias dependiendo de su ubicación, que apurarse nos puede
llevar al principio del camino, y que el camino lo construye uno mismo
(volviendo siempre al principio de acción/ reacción).
Pero a mi me gusta creerme que toda la magia de la
cuestión llega cuando jugamos a ser chicos…
“No me
bastaba con dejar que las cosas siguieran su curso. Tenía que agitarlas,
llevarlas a su culminación.” [Paul Auster]
Luk