jueves, 1 de octubre de 2009

Sálvese quien pueda

Espero. Me fumo un cigarrillo a las apuradas, temiendo que el tiempo me alcance, porque me doy cuenta que no hay alguna otra cosa que pueda alcanzarme. De a ratos, me acuerdo que estoy cansada y refriego mis ojos. Contemplo mi habitación sumida en un desorden que se ha de tornar cada día más normal, y cuento hasta 10. Espero. Llorar no puedo, pensar me cuesta, actuar no está en mis planes. No encuentro en qué ocupar mis manos… Es excusa suficiente para encender otro tabaco. Miro el celular, no estoy segura de con qué frecuencia, pero mucha, aunque crea que las posibilidades de recibir un mensaje son casi las mismas de ver una estrella fugaz. Las palabras se alborotan en mi mente, se pisan, no alcanzan nunca la coherencia. Espero. Me vuelvo necia. Me culpo un poco, para no perder la costumbre. Hay siluetas bailando cerca de la ventana, sonidos que sugieren presencias, las paredes me dictan cosas. Creo que estoy loca. Es lunes, qué raro. Debe ser que es de noche, y desde chica la oscuridad me da miedo. La noche es siempre dolorosa, no hay con qué darle.
¿Qué me falta? ¿Qué me sobra?
Espero.
Estoy cansada y lo ignoro. Agobiada. Fatigada. El humo adhiere a los aires de encierro que tanto frecuento. Tal vez me sienta cómoda.
Las extremidades me pesan, estoy cansada, muy cansada. Agotada.
Finalmente me duermo. Qué suerte. Extrañarte me resulta peligroso.


[Luk]

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