La angustia insoportable de todo silencio que
exceda de un segundo, que amenace prolongarse. Es que si durara, nos miraríamos.
(Los tan sabidos rostros que un día, en un instante más puro, vemos
repentinamente como son, y que retroceden instantáneamente a su expresión- la
que ponemos). (J. C.)
Era el vértigo
de la lengua con la palabra en la punta.
Era
claramente un lugar del que no había escapatoria, del que me sentía responsable
de prevenir al mundo. Yo lo sabía y, aunque me retorciera en la tristeza, no
había nada por hacer. Las circunstancias estaban planteadas, Alea Jacta Est.
Parecía
estar ahí desde hacía mucho tiempo, tanto que empezaba a perder la noción,
incluso el interés. La salida no se presentaba como un camino complicado, como
sugería la oscuridad de la noche, sino un camino intransitable. Intransitable,
quizás. Intransitable, no sé.
Pero sentía
esa tristeza, y era un sueño, y las tristezas de los sueños son lo que a uno le
pesa cuando se despierta.
Quizás era
el vértigo de la lengua con la palabra en la punta.
(“No me afligí. Era otra cosa, un sentimiento
que no existe de este lado.” J. C.)
Luk.-
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