No se lo diría nunca, que su nombre me llegaba como
los perfumes que atraen y repelen a la vez, como la tentación de
acariciar el lomo de una ranita dorada sabiendo que el dedo va a tocar
la esencia misma de la viscosidad. Cómo decirlo a nadie si tú mismo no
podrías saber la mención de tu nombre, que el paso de tu imagen en
cualquier recuerdo ajeno me desnuda y me vulnera, me tira en mí misma
con ese impudor total que ningún espejo, ningún acto amoroso, ninguna
reflexión despiadada pueden dar con tanta furia; que a mi manera te
quiero y que ese cariño te condena porque te vuelve mi denunciador, el
que por quererme y ser querido me despoja y me desnuda y me hace verme
como soy.
Abrazarse interminablemente con una violencia que los apartaba
en el mismo instante, como si del deseo creciera la amarga la
distancia. Y siempre por debajo, un silencio agazapado donde latía el
tiempo enemigo.
[JULIO C.]
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