Esa extraña sensación al descubrir
que la felicidad puede, tranquilamente, estar conectada a lo efímero,
a lo finito, y entonces, de repente, uno se aferra a la cinta de Moebious,
porque la idea de volver a lo mismo no está tan mala.
Y volver a lo mismo cuantas
veces sea necesario, antes de tener que pararse frente al mundo y tomar la
decisión (o no) de atravesar el precipicio.
Y volver a lo mismo, sin
pensar en eso mismo, porque uno nunca debería partir pensando en la vuelta.
Y, desde la cama, uno hace
desaparecer las circunstancias casi con el chasquido de los dedos, y después
uno también hace desaparecer el chasquido de los dedos, porque la evidencia de
que uno está soñando puede resultar peligrosa.
Y uno también desaparece,
por un rato. Un rato en el que está prohibido chequear el reloj…
… Hasta que, sin saber qué
hora es, se sabe que es hora de volver… Y lo único que resta es preguntarse qué
harán las personas que viven dentro del espejo cuando uno se haya ido (o se
halla ido, porque también puede suceder).
Y así se vuelve,
lentamente, a transitar la cinta.
“Hay
una desesperada necesidad, casi diría una obligación, de marcar al otro, a la
otra, aunque sea con los dientes… Dejar una marca propia es cosa de vida o
muerte, o de muerte solamente, porque la intención subterránea es traspasar la
muerte, es seguir existiendo después del fin.” [M.
B.]
[Luk]
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