lunes, 7 de noviembre de 2011

De acá a la China

... Al día siguiente, como era de esperarse, el cielo estaba nublado.
Ella nunca decía nada, ni lo dijo al día siguiente.Sí se sonrojaba, como de costumbre, y sobre todo al ver tanta inmensidad inesperada.
Poco le importaba, en realidad, todo lo que al día siguiente transcurría.

Se convenció de que todo lo que en algún momento había dado no era más que una nimia coincidencia surgida de la vorágine de la vida, pese a que le costó reducir la historia a esa conclusión netamente racional (lo que tan poco le gustaba, al día siguiente).

Hubo sólo un momento en que se sonrió con un poco de bronca, pensando en la importancia que se le otorgaba a todo eso que ella desmerecía brutalmente.

Lo cierto era que ella estaba en otro lugar, que nunca estuvo donde se la creía, y que nunca lo estaría.

Al día siguiente no tenía sentido aclarar nada porque estaba nublado y parecía que iba a llover a cántaros (y cuando llueve a cántaros, no existe otra opción en el universo más que dormir).

Finalmente, decidió que estaba cansada. Decidió que no había ya lugar en su vida para todo lo que le molestaba. Y, por supuesto, decidió que estaba bien que el mundo haga lo que le dé la gana porque, al fin y al cabo, era lo que ella hacía.

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